miércoles, 21 de octubre de 2009

LA VISITA


Debe ser más de las nueve, todo está en completo silencio, la iglesia está desierta; solo la tenue luz, que se filtra por los vitrales da una mediana visibilidad al recinto. Aprovecho para bajar, despacio, no sea que Vicente se le ocurra hacer una ronda a esta hora y me descubra.
Busco debajo del altar una sotana, me queda un poco pequeña, pero servirá, saco algo de dinero de la urna de las limosnas; prometo que la repondré con creces. Necesito unos zapatos pero no encuentro nada que se le asemeje, me toca conformarme con las botas de caucho de Gregorio.
Salvo con zancadas ágiles el corredor lateral, protegido por la fila de confesionarios, me dirijo a la puerta de los leprosos como la llamaron en 1778, nadie la usa hace muchos años, excepto el padre Rogelio, quien esconde la llave bajo la pila bautismal.
Me consagro a la noche, exploro, observo, cojo confianza. Una pareja se acerca, mi presencia asusta a la mujer, el hombre la protege, pasan corriendo la avenida sin mirar, temo que los atropellen; saludo a un grupo de jóvenes, recibo a cambio, un insulto, una pedrada. Desisto de los saludos.
Escucho música, subo unas cuantas calles, veo establecimientos colmados de gente, todos parecen estar disfrutando. Hace tanto que no voy a una fiesta; decido entrar, un señor me impide el paso, me toma del antebrazo y me empuja al andén.
—Aquí no recibimos locos, lárguese o llamaré a la policía.
En todos los sitios me tratan igual o peor, una joven que lleva observándome un rato, se apiada de mí, y de mi consternación. Se ofrece a llevarme a un sitio donde no me negarán la entrada… La sigo.
Llegamos a un lugar pequeño, las paredes y pisos están pintados de negro, la música es estridente; sin embargo la gente no me rechaza, paso desapercibido entre ellos.
Nos sentamos en una mesita de madera ubicada en una de las esquinas.
—Y ¿Cuál es tu nombre?
Debo mentir, sé que es algo malo, sin embargo; el término “mentira piadosa” tuvo que venir de alguna parte. Usurpo el nombre del padre. Le contesto:
—Rogelio
— ¡No tienes cara de Rogelio!
Sonrío. Trato de detallar sus gestos, pero somos un par de siluetas de dientes resplandecientes color verde fosforescente.
— ¿Y tu cómo te llamas?
—María -Ese nombre me golpea en el costado como una lanza.
— Es un bello nombre
—A mi no me gusta, mi mamá me lo puso porque es muy devota de María Auxiliadora, ella me contó que cuando estaba embarazada de mi, los médicos le dijeron que yo no llegaría a sobrevivir, ella me encomendó a la virgen, y le prometió que si yo vivía en recompensa llevaría su nombre.
Entablamos una conversación que duro muchas horas, me contó sobre su familia, su carrera, sueños, parejas, perros y gatos; yo le conté un poco de mi historia, solo los detalles menos relevantes; donde pase mis años de juventud, los lugares que visite, la gente que conocí.
—He estado fuera un largo tiempo, y siento que me he perdido de muchas cosas –Le digo
—Yo te puedo servir de guía si quieres, conozco esta ciudad como la palma de mi mano.
—Estaría encantado.
Se hace tarde, no deseo marcharme; pero tengo que llegar a la iglesia, antes que el padre Rogelio abra. María se entristece cuando le comparto mi decisión, me ofrezco a llevarla a su casa.
—Vivo a unas cuantas calles de aquí, podemos irnos caminando- Acepto.
María me agrada, tiene los cabellos negros y ondulados, mirada astuta, boca sensual, curvas llamativas. Tan parecida a aquella…
La tomo de la mano, se siente tan bien el contacto de su piel, era una sensación olvidada.
Súbitamente, dos hombres salen de la nada, uno de ellos la agarra por la cintura, el otro me frena con un cuchillo en la garganta. Nos obligan a separarnos.
—Páseme la billetera, o nos la cobramos con la muñequita.
—No tengo billetera.
—Páseme la plata, el reloj, el celular lo que tenga, no se me haga el vivo.
Saco los billetes enrollados de las limosnas, se los entrego al agresor, le pido que nos liberen, en cambio; me golpea, me patea, me escupe. La sangre que corre por mi frente no me deja ver, solo puedo escuchar.
—Rogelio ¡ayúdeme!
Oigo las risas, los gemidos, los gritos ahogados. Intento levantarme; pero el dolor me vence, me doblega.
Un tercero se arrodilla y me dice:
— ¡Vaya, vaya! miren a quien tenemos por estos lares. Tienes agallas para volver a mi territorio…
—Diles que la suelten.
—Lo lamento, ellos actúan bajo su propia voluntad, no creas que siguen mis órdenes.
—Ella no tiene nada que ver.
—No, no. Si tiene que ver, aprendí de mis errores, esta vez no te daré la menor oportunidad; ni siquiera de intentarlo.
Me golpea abruptamente, hasta perder el conocimiento.
Cuando despierto, la luna está en su cenit, busco a María pero no la encuentro, grito su nombre; me responden los aullidos lejanos de los perros.
Un rastro de sangre me guía siniestramente hacia ella, la descubro como una muñeca de trapo que nadie quiere; doblada, sucia, maltrecha, su cuerpo inerte tirado en la basura.
La saco del contenedor y la tomo en mis brazos, lloro por ella, por su madre que la espera, por este mundo y su indiferencia. Cubro su cuerpo.
Los primeros albores anuncian la mañana, debo irme, me escurro por las calles vacías; entro sigilosamente a la iglesia, dejo la sotana, las botas y guardo la llave bajo la pila bautismal, subo y me acomodo, dejo caer mi cabeza. Estoy tan cansado.

—Padre, Padre Rogelio venga rápido
— ¿Cuál es el escándalo Gregorio? ¿Qué pasa?
—Es un milagro padrecito, venga a verlo usted mismo, ¡Es un milagro!
El padre Rogelio se dirige a la nave principal, mira cuidadosamente lo que Gregorio le señala en el piso, es sangre, alza la mirada y ve que emana de la frente de Cristo.
Se arrodilla, se persigna, reza la oración del Justo, la gente ha comenzado a llegar para recibir la misa de las 6:00 de la mañana, todos presencian el milagro; corre la voz por la ciudad, los noticieros cubren el hecho a nivel nacional, el Internet lo difunde a nivel mundial.
El vaticano toma cartas en el asunto. Cantidades de muestras son tomadas, deberán transportarse directamente a Roma para ser analizadas.
Los resultados arrojados por las pruebas de sangre son inconcluyentes, las autoridades eclesiásticas deben cerciorase; no pueden cometer el mismo error del manto, otro fraude puede aminorar dramáticamente la cantidad de feligreses. Deciden por lo pronto ocultar la evidencia en una de las bodegas subterráneas. Vigilancia las 24 horas, cámaras de seguridad, códigos secreto, registros, firmas, nada se obviará para protegerla.
El Papa sigue de cerca este asunto. Científicos, equipos y personal médico están siendo transportados desde diversas partes del mundo.
— Parece que el asunto del anonimato no va contigo. Te advertí que si ibas a la tierra no debías llamar la atención
—Todo fue culpa de él, ¿Porque no puede dejarme en paz?, él maldito mofándose me dijo: “—Llama a tu papi, para que te ayude ó ¿te va a abandonar como la última vez?”
— ¡Ya ganaste una vez, no las puedes ganar todas! Ahora tendré que arreglar este asunto.
…………
Resultados finales de la evidencia: “Error en las pruebas preliminares, tipo de sangre confirmado, prueba de ADN positiva, concordancia de 99.9% con la muestra tomada del Padre Rogelio Vasco Sánchez”.