miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿ERES VIRGO?

“Porque toda historia se escribe con esperma y sangre”

Elsy Rosas


Te observo todos los días desde el otro lado del salón. Hoy has traído un nuevo libro, supongo que terminaste de leer el conde de Montecristo, te faltaban unas 20 o 30 páginas cuando te fuiste ayer. Yo lo termine antes que tú, desde que te conocí este ya es el tercer libro que compro, quiero leer lo que tu lees, así cuando hablemos podremos compartir algo. “El corazón de Voltaire”, apuntaré ese nombre en mi libreta, esta tarde lo compraré.
¿Cuándo notarás mi presencia? A veces me miras, pero no se si es a mi o a través mío. Me pregunto qué es lo que tanto me perturba de ti. No eres mi tipo de mujer, siempre me han gustado las de rostro delicado y curvas llamativas, por el contrario tu no eres precisamente curvilínea, mas bien eres muy delgada, tu rostro esta en el rango de lo normal, ni tan bonito ni tan feo, ancho el mentón, ojos oscuros y pequeños, nariz alargada y tu boca, que me encanta, es delgada, tiene forma de corazón aplanado. Tal vez, si te cambio el estilo de vestimenta, con unas botas largas y una minifalda… no, qué estoy pensando, te verías como un zancudo con botas, dejémoslo de esa forma.
Tu cabello siempre lo llevas recogido en una forma desordenada con pequeños flecos acariciando tus mejillas, tus uñas impecablemente maquilladas, dedos y muñecas adornadas de bisuterías. Podría regalarte una joya… Un día tal vez.
Ahí estas otra vez mordisqueándote ese mechón de pelo, lo dejas en tu boca un rato moviendo tus dientes como un conejillo, si te operaran van a sacarte una bola de pelo como a los gatos. Me gustaría quitarte ese vicio, no se ve bien.
Ya son las siete, debo irme, Nota: comprar ese libro.

Son casi las cinco, no debes tardar en aparecer. Hoy conseguí una mesa contigua a la tuya, la cual esta vacía esperándote, igual que yo.
—¿Desea otra cosa señor?
—No gracias. Espere, otro café por favor.
Por fin llegaste, no traes libros ni revistas, pero si traes compañía. Siempre vienes sola, pensé que no conocías a nadie, debo parecer distraído, ¿en que página iba? Que importa, buena amigo, pagina 102 y apenas comenzaba la 30. Pediste dos capuchinos, por fin he escuchado tu voz. Tienes un acento raro, creo que no eres de aquí, tu voz suena extraña, un poco ronca, pero me gusta.
Escucho atentamente lo que hablan, y sé cosas de ti, que tu padre ha muerto recientemente, que te sientes triste pero a la vez aliviada, que tu madre se fue para el extranjero a vivir con su hermana, que adoras la capital y que jamás regresaras… ¿a dónde? No lo dices, sólo que no regresaras.
Al parecer tu amiga debe encontrarse con alguien. Se despide. Te quedas sola. El mesero te pregunta si deseas algo más, le dices que no con la cabeza y coges tu mochila. Quisiera decirte algo, pero solo puedo mirarte y de repente volteas y me miras directamente a los ojos, me has descubierto espiándote, me siento como un imbécil.
—Veo que esta leyendo el corazón de Voltaire, y ya casi lo termina.
Como así que casi lo voy a terminar, ¿qué? página 240 ¿a qué hora pasé tantas páginas? Ni me di cuenta por estar escuchándote.
—Si, es muy bueno.
—Yo lo empecé ayer, que casualidad, gracias por la referencia. Hasta pronto.
No, no quiero que te vayas, di algo rápido, mi cerebro va a millón pero mi boca no se mueve, di algo que se va.
—Señorita
—¿Si?
—¿Le gustaría tomar algo?

No sé cómo llegamos a mi apartamento, los efectos del vino supongo. Destapo una de mis botellas favoritas, imagino que nunca lo has probado: es un Dominio de Pingus 2004, mientras tanto me cuentas que tu apto no es ni un cuarto de la mitad del mío, estas fascinada con la vista, y eso que no has visto mi cama.
Te pido que me cuentes sobre ti, pero esquivas el tema, debe ser por la muerte de tu padre. Cambio el tema rápidamente. Ahora he perdido el hilo de la conversación
Quiero besarte, pero es demasiado pronto, estas preguntándome algo, no te estoy prestando atención, solo veo tu boca alargada abriéndose a mi, callas esperando una respuesta, asiento con mi cabeza, sonríes. Te sacas un mechón y te lo llevas a la boca, ¡ah! tenias que empezar a mordisquearte el pelo, te lo quito suavemente, lo acomodo tras tu oreja, te digo que eso no es bueno, sonríes nuevamente, me dices que lo haces cuando estas nerviosa por algo o cuando sientes que te están mirando demasiado, ahora comprendo porque lo hacías en el café, sí notabas mi presencia, sabias que te miraba, pero no dije nada.
Me besas, tus labios son suaves, tu aliento tiene el sabor del más dulce de los vinos, tu lengua hace una danza con la mía, rodeo tu cintura, meto mi mano por tu blusa, te dejas, tienes unos senos preciosos. Te cargo y te llevo a mi cama, ya se que te asombras, todas lo hacen.
Eres candela, no te imagine de esta forma, pensé que serias precavida, complicada, creo que te idealicé. Quieres que me recueste en la cama, un masaje dices, como tu quieras yo quiero, aceite no tengo, tu sí, siempre estas preparada. Claro que me desnudare para ti. Te me escabulles un momento, regresas con aceites y con unas franelas, amarras mis muñecas y mis tobillos a los barandales de la cama, te gusta jugar sucio, nunca lo he hecho pero creo que me gusta, ahora tapas mis ojos y mi boca.
A pesar del gusto comienzo a sentirme incómodo, ¿que tal resulte ser una ladrona y me deje aquí atado como un zopenco, amordazado y desnudo? No me preocupa morir porque mañana vendrá Rosa a limpiar el apto con la llave que le di y me encontrará. Quiero pedirle que me quite estas cosas, que no me siento cómodo.
Se sube a mi espalda, al oído me dice con su voz ronca que confíe en ella, que me relaje, que delicia el contacto de sus manos con mi piel, lo estoy disfrutando, que me robe lo que quiera mientras continúe haciéndomelo así ¡que delicia!
Ahora es su lengua la que me recorre, me haces cosquillas por ahí, eso, ahí me gusta, así esta mejor, quieres metértelo a la boca, no te parece que es mejor que este boca arriba, creo que es momento de que cambiemos, quiero decirte que deseo que me montes, aunque solo puedo pensarlo, esta mordaza que tengo en la boca no me deja.
¿Mas aceite?, pero, me estas lastimando, no metas tus dedos ahí, quítate de encima, quiero liberarme de estas ataduras, no puedo, grito con todas mis fuerzas, pero es en vano.
—¿Querías más?, ahí tienes, más de lo que podías imaginar, ¿te gusta? ¿Te gusta?, no lloriquees, no es para tanto. Esto era lo que querías, prácticamente me lo rogabas con tus miradas, pero que cerrado estas ¿eres virgo?...

¡No más! ¡Eres un maldito degenerado! ¡Detente! ¡Detente por favor!

Duele sentarse, disimulo el dolor con una sonrisa, ya son casi las cinco, tu mesa esta vacía, esperándote, al igual que yo. Tengo un regalo para ti, y no es precisamente una joya.

viernes, 12 de septiembre de 2008

POR SI LAS DUDAS

Cuento corregido por Monica Montaña

Al llegar, ya tenía arreglada una habitación para mí, aunque no era una niña pequeña, un conejo rosado de felpa adornaba la que sería mi cama por los próximos tres meses, tiempo que duraría mi visita.
El invierno de ese año fue uno de los más fuertes en 50 años según dijeron, mi madre había alquilado un apartamento en un hotel, el cual fue construido en la primera guerra mundial. Ahora servía de vivienda a los militares transferidos de América a la nueva base de pruebas de la fuerza aérea.
Desde que llegué no me sentí cómoda, sin embargo no dije nada para no importunarla, solo le pedí prestada una lamparilla, la cual dejaba encendida todas las noches, temía estar a oscuras en esa habitación. Un ambiente extraño circundaba en ella, yo pretextaba quedarme dormida leyendo hasta tarde.
Una de esas tantas noches en que no conciliaba el sueño, sentí la presencia de alguien sentado en el borde de la cama, pensé que era mi madre pero al voltear, quedé frente a frente con una señora desconocida, de unos 40 años de edad, piel blanca, rubia, ojos azules. Recuerdo que tenía puesto un abrigo de color amarillo pálido, el cual se veía muy sucio por algo que parecía ser tierra o lodo. Estaba despeinada y parecía llevar pedazos de hojas secas incrustadas en el cabello. Asida tenía una botella de licor, la cual extendió bruscamente a mi cara diciéndome:
—¡Drink!
Y fue más una orden que una sugerencia. Me di la vuelta rápidamente para esquivar el golpe, acto seguido desapareció.
No pude conciliar el sueño hasta entrada el alba.
En el desayuno, mi madre notó que yo no había dormido, me preguntó si todavía no me acostumbraba al cambio de horario. Pensé en darle esa razón, pero me aventé a contarle lo que había visto. Sabía que se reiría un rato o me calmaría diciéndome que todo era producto de un mal sueño. Pero según le contaba lo sucedido me miraba cada vez más extrañada. Al terminar mi narración ella dijo:

—Cuando me separé de Berny y llegué a este pueblo, solo pude pagar por una de las habitaciones del piso de arriba. Tuve que tomarla mientas reunía el dinero suficiente para el deposito de uno de los apartamentos de este piso. Justo en este, vivían un teniente con su esposa y una niña de siete años. Él siempre se iba temprano y volvía en la noche, la señora se quedaba con la niña, supuestamente para cuidarla, pero casi siempre la dejaba sola bajo llave, lo sé porque la escuché no sé cuántas veces llorar en las tardes.
—Pobrecita.
—La señora en cuestión se dedicaba a recorrer los pasillos del hotel en estado de embriaguez. En las noches, se apostaba en la puerta del hotel hasta que el marido volvía del trabajo, y no perdía ocasión para dejarle en ridículo. Él le decía que subieran, pero ella se resistía, a la final se la llevaba a la fuerza. Igual adentro como afuera seguía el escándalo de esta mujer, tirando cosas, azotando puertas, gritando vulgaridades. Varias veces los vecinos amenazaron con llamar a la policía, pero según se supo, el teniente pasó una buena suma a la administración para que pasaran por alto los escándalos.
...
—Una noche, hace más de un mes, me la encontré en las escaleras, estaba borracha, tenía una botella de whisky en la mano que me acercó gritándome como una loca: —¡Drink Drink with me! Yo no sabía que hacer, en eso llegó el esposo, me pidió disculpas y se la llevó a rastras al apartamento. Ese día le colmó finalmente la paciencia al señor porque le estaba dando duro a la vieja esta, y de pronto escuché un sonido diferente, como cuando alguien se golpea la cabeza muy fuerte contra algo, ya sabes como es el sonido, como una totuma que se quiebra. De ahí nada, ni un murmullo en toda la noche. Quise llamar a la policía pero las líneas estaban dañadas por la ventisca. Al otro día me llamaron de la administración por si quería tomar este apartamento en arriendo, según me dijeron, los que vivían aquí tuvieron que irse esa misma noche de improviso para Estados Unidos. Pensé —demasiado de “improviso”.
—¿Cómo así?
—Pues así como lo oyes. Todos los muebles que habían comprado los dejaron, el televisor, la remesa, la ropa. Es más, hasta ese conejo rosado. Todo lo que tenemos aquí era de ellos. Esa noche recuerdo que ella tenía puesto un abrigo amarillo. Tal cual me la describiste.

Nos miramos y guardamos silencio. Mi madre se levantó de la mesa, sacó una pequeña agenda telefónica que estaba en el cajón de la cocina y marcó un número.
—Buenos días, ¿con quien debo hablar para que me trasfieran de apartamento?
Volteó a mirarme con el teléfono en la mano y me dijo:
—Por si las dudas...