lunes, 22 de agosto de 2011

NADA MAS DIFICIL

Al fondo habitan el pasado y sus eternos hielos en los que tú y yo somos una ilusión nada más. Este rostro demacrado que se refleja en el espejo, en el cual ya ni me reconozco no hace otra cosa que burlarse, como si cada lágrima que he derramado en estas noches en las que en vano he esperado alguna noticia tuya no hubiesen sido suficientes y aún me quedaran ganas de sufrir, de esperar, de soñar con ese futuro en el que nada malo podía pasarnos pues nos teníamos el uno al otro.

Pero el espejo no miente y sigo sola, verdugo inconmovible de mí misma, inflingiéndome una absurda tortura en la que cada recuerdo, cada palabra dicha, cada risa colgada en el aire y franqueada por la tarde ya lejana es un nuevo golpe en la cara, un escupitajo más en lo recóndito del alma, toda nuestra sangre y nuestra piel eran como una absurda garantía que ahora no sirve de nada... .

Tu ríes en la distancia del reflejo, quizás enarbolando tus banderas triunfadoras que habrás ido izando en miles de bares, envuelto en grotescas músicas, deslizándote entre el deseo de quienes darían la vida por morir entre tus ojos; mientras eso pasa yo me dilapido desconcertada en los laberintos de mi desértica habitación donde sólo el espejo se atreve a mirarme.

Es extraño que me pregunte dónde estarás, qué andarás haciendo, si esta noche saldrás y si por mi parte iré a perderme entre el humo y la algarabía de cualquier calle, donde nadie reconozca y culpe a este alguien que se ve tan diferente, a este cuerpo que se pregunta por el calor del tuyo. Es extraño que siga parada frente al espejo como tantas otras veces y vea en mi reflejo las marcas de tu silencio, las astillas de mi trono despedazado por tus encantos y los trozos de alma que me arrancaste junto con mi orgullo.

Es extraño que me pregunte por ti, que no sepa ya lo que sucede contigo sino que tenga que recurrir, como ahora, a la intuición, la conjetura y otras artes adivinatorias.


¿Y tu silencio?, quizá lo merecía, quizá era necesaria esta insólita prueba frente a mi soledad, frente a tu abandono irreversible. Todo lo que sé ahora sobre tu amor no me sirve de nada. Ahora solo quedan las ganas de huir, de romperlo todo, en mis oídos retumban los timbales del olvido, los redobles de aquel que se apresta a convertirse definitivamente en parte del pasado, los gritos marciales que me ordenan salir de tu vida y sé que del otro lado no habrá nada más difícil que eso: vivir por ti pero sin ti.

Estos últimos pasos hacia el vacío son una marcha fúnebre, pues el amor no es ni será nunca una marcha victoriosa.

GRACIAS A MI AMIGO CHRISTIAN VILLANUEVA POR SU INSPIRACIÓN

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA VISITA


Debe ser más de las nueve, todo está en completo silencio, la iglesia está desierta; solo la tenue luz, que se filtra por los vitrales da una mediana visibilidad al recinto. Aprovecho para bajar, despacio, no sea que Vicente se le ocurra hacer una ronda a esta hora y me descubra.
Busco debajo del altar una sotana, me queda un poco pequeña, pero servirá, saco algo de dinero de la urna de las limosnas; prometo que la repondré con creces. Necesito unos zapatos pero no encuentro nada que se le asemeje, me toca conformarme con las botas de caucho de Gregorio.
Salvo con zancadas ágiles el corredor lateral, protegido por la fila de confesionarios, me dirijo a la puerta de los leprosos como la llamaron en 1778, nadie la usa hace muchos años, excepto el padre Rogelio, quien esconde la llave bajo la pila bautismal.
Me consagro a la noche, exploro, observo, cojo confianza. Una pareja se acerca, mi presencia asusta a la mujer, el hombre la protege, pasan corriendo la avenida sin mirar, temo que los atropellen; saludo a un grupo de jóvenes, recibo a cambio, un insulto, una pedrada. Desisto de los saludos.
Escucho música, subo unas cuantas calles, veo establecimientos colmados de gente, todos parecen estar disfrutando. Hace tanto que no voy a una fiesta; decido entrar, un señor me impide el paso, me toma del antebrazo y me empuja al andén.
—Aquí no recibimos locos, lárguese o llamaré a la policía.
En todos los sitios me tratan igual o peor, una joven que lleva observándome un rato, se apiada de mí, y de mi consternación. Se ofrece a llevarme a un sitio donde no me negarán la entrada… La sigo.
Llegamos a un lugar pequeño, las paredes y pisos están pintados de negro, la música es estridente; sin embargo la gente no me rechaza, paso desapercibido entre ellos.
Nos sentamos en una mesita de madera ubicada en una de las esquinas.
—Y ¿Cuál es tu nombre?
Debo mentir, sé que es algo malo, sin embargo; el término “mentira piadosa” tuvo que venir de alguna parte. Usurpo el nombre del padre. Le contesto:
—Rogelio
— ¡No tienes cara de Rogelio!
Sonrío. Trato de detallar sus gestos, pero somos un par de siluetas de dientes resplandecientes color verde fosforescente.
— ¿Y tu cómo te llamas?
—María -Ese nombre me golpea en el costado como una lanza.
— Es un bello nombre
—A mi no me gusta, mi mamá me lo puso porque es muy devota de María Auxiliadora, ella me contó que cuando estaba embarazada de mi, los médicos le dijeron que yo no llegaría a sobrevivir, ella me encomendó a la virgen, y le prometió que si yo vivía en recompensa llevaría su nombre.
Entablamos una conversación que duro muchas horas, me contó sobre su familia, su carrera, sueños, parejas, perros y gatos; yo le conté un poco de mi historia, solo los detalles menos relevantes; donde pase mis años de juventud, los lugares que visite, la gente que conocí.
—He estado fuera un largo tiempo, y siento que me he perdido de muchas cosas –Le digo
—Yo te puedo servir de guía si quieres, conozco esta ciudad como la palma de mi mano.
—Estaría encantado.
Se hace tarde, no deseo marcharme; pero tengo que llegar a la iglesia, antes que el padre Rogelio abra. María se entristece cuando le comparto mi decisión, me ofrezco a llevarla a su casa.
—Vivo a unas cuantas calles de aquí, podemos irnos caminando- Acepto.
María me agrada, tiene los cabellos negros y ondulados, mirada astuta, boca sensual, curvas llamativas. Tan parecida a aquella…
La tomo de la mano, se siente tan bien el contacto de su piel, era una sensación olvidada.
Súbitamente, dos hombres salen de la nada, uno de ellos la agarra por la cintura, el otro me frena con un cuchillo en la garganta. Nos obligan a separarnos.
—Páseme la billetera, o nos la cobramos con la muñequita.
—No tengo billetera.
—Páseme la plata, el reloj, el celular lo que tenga, no se me haga el vivo.
Saco los billetes enrollados de las limosnas, se los entrego al agresor, le pido que nos liberen, en cambio; me golpea, me patea, me escupe. La sangre que corre por mi frente no me deja ver, solo puedo escuchar.
—Rogelio ¡ayúdeme!
Oigo las risas, los gemidos, los gritos ahogados. Intento levantarme; pero el dolor me vence, me doblega.
Un tercero se arrodilla y me dice:
— ¡Vaya, vaya! miren a quien tenemos por estos lares. Tienes agallas para volver a mi territorio…
—Diles que la suelten.
—Lo lamento, ellos actúan bajo su propia voluntad, no creas que siguen mis órdenes.
—Ella no tiene nada que ver.
—No, no. Si tiene que ver, aprendí de mis errores, esta vez no te daré la menor oportunidad; ni siquiera de intentarlo.
Me golpea abruptamente, hasta perder el conocimiento.
Cuando despierto, la luna está en su cenit, busco a María pero no la encuentro, grito su nombre; me responden los aullidos lejanos de los perros.
Un rastro de sangre me guía siniestramente hacia ella, la descubro como una muñeca de trapo que nadie quiere; doblada, sucia, maltrecha, su cuerpo inerte tirado en la basura.
La saco del contenedor y la tomo en mis brazos, lloro por ella, por su madre que la espera, por este mundo y su indiferencia. Cubro su cuerpo.
Los primeros albores anuncian la mañana, debo irme, me escurro por las calles vacías; entro sigilosamente a la iglesia, dejo la sotana, las botas y guardo la llave bajo la pila bautismal, subo y me acomodo, dejo caer mi cabeza. Estoy tan cansado.

—Padre, Padre Rogelio venga rápido
— ¿Cuál es el escándalo Gregorio? ¿Qué pasa?
—Es un milagro padrecito, venga a verlo usted mismo, ¡Es un milagro!
El padre Rogelio se dirige a la nave principal, mira cuidadosamente lo que Gregorio le señala en el piso, es sangre, alza la mirada y ve que emana de la frente de Cristo.
Se arrodilla, se persigna, reza la oración del Justo, la gente ha comenzado a llegar para recibir la misa de las 6:00 de la mañana, todos presencian el milagro; corre la voz por la ciudad, los noticieros cubren el hecho a nivel nacional, el Internet lo difunde a nivel mundial.
El vaticano toma cartas en el asunto. Cantidades de muestras son tomadas, deberán transportarse directamente a Roma para ser analizadas.
Los resultados arrojados por las pruebas de sangre son inconcluyentes, las autoridades eclesiásticas deben cerciorase; no pueden cometer el mismo error del manto, otro fraude puede aminorar dramáticamente la cantidad de feligreses. Deciden por lo pronto ocultar la evidencia en una de las bodegas subterráneas. Vigilancia las 24 horas, cámaras de seguridad, códigos secreto, registros, firmas, nada se obviará para protegerla.
El Papa sigue de cerca este asunto. Científicos, equipos y personal médico están siendo transportados desde diversas partes del mundo.
— Parece que el asunto del anonimato no va contigo. Te advertí que si ibas a la tierra no debías llamar la atención
—Todo fue culpa de él, ¿Porque no puede dejarme en paz?, él maldito mofándose me dijo: “—Llama a tu papi, para que te ayude ó ¿te va a abandonar como la última vez?”
— ¡Ya ganaste una vez, no las puedes ganar todas! Ahora tendré que arreglar este asunto.
…………
Resultados finales de la evidencia: “Error en las pruebas preliminares, tipo de sangre confirmado, prueba de ADN positiva, concordancia de 99.9% con la muestra tomada del Padre Rogelio Vasco Sánchez”.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿ERES VIRGO?

“Porque toda historia se escribe con esperma y sangre”

Elsy Rosas


Te observo todos los días desde el otro lado del salón. Hoy has traído un nuevo libro, supongo que terminaste de leer el conde de Montecristo, te faltaban unas 20 o 30 páginas cuando te fuiste ayer. Yo lo termine antes que tú, desde que te conocí este ya es el tercer libro que compro, quiero leer lo que tu lees, así cuando hablemos podremos compartir algo. “El corazón de Voltaire”, apuntaré ese nombre en mi libreta, esta tarde lo compraré.
¿Cuándo notarás mi presencia? A veces me miras, pero no se si es a mi o a través mío. Me pregunto qué es lo que tanto me perturba de ti. No eres mi tipo de mujer, siempre me han gustado las de rostro delicado y curvas llamativas, por el contrario tu no eres precisamente curvilínea, mas bien eres muy delgada, tu rostro esta en el rango de lo normal, ni tan bonito ni tan feo, ancho el mentón, ojos oscuros y pequeños, nariz alargada y tu boca, que me encanta, es delgada, tiene forma de corazón aplanado. Tal vez, si te cambio el estilo de vestimenta, con unas botas largas y una minifalda… no, qué estoy pensando, te verías como un zancudo con botas, dejémoslo de esa forma.
Tu cabello siempre lo llevas recogido en una forma desordenada con pequeños flecos acariciando tus mejillas, tus uñas impecablemente maquilladas, dedos y muñecas adornadas de bisuterías. Podría regalarte una joya… Un día tal vez.
Ahí estas otra vez mordisqueándote ese mechón de pelo, lo dejas en tu boca un rato moviendo tus dientes como un conejillo, si te operaran van a sacarte una bola de pelo como a los gatos. Me gustaría quitarte ese vicio, no se ve bien.
Ya son las siete, debo irme, Nota: comprar ese libro.

Son casi las cinco, no debes tardar en aparecer. Hoy conseguí una mesa contigua a la tuya, la cual esta vacía esperándote, igual que yo.
—¿Desea otra cosa señor?
—No gracias. Espere, otro café por favor.
Por fin llegaste, no traes libros ni revistas, pero si traes compañía. Siempre vienes sola, pensé que no conocías a nadie, debo parecer distraído, ¿en que página iba? Que importa, buena amigo, pagina 102 y apenas comenzaba la 30. Pediste dos capuchinos, por fin he escuchado tu voz. Tienes un acento raro, creo que no eres de aquí, tu voz suena extraña, un poco ronca, pero me gusta.
Escucho atentamente lo que hablan, y sé cosas de ti, que tu padre ha muerto recientemente, que te sientes triste pero a la vez aliviada, que tu madre se fue para el extranjero a vivir con su hermana, que adoras la capital y que jamás regresaras… ¿a dónde? No lo dices, sólo que no regresaras.
Al parecer tu amiga debe encontrarse con alguien. Se despide. Te quedas sola. El mesero te pregunta si deseas algo más, le dices que no con la cabeza y coges tu mochila. Quisiera decirte algo, pero solo puedo mirarte y de repente volteas y me miras directamente a los ojos, me has descubierto espiándote, me siento como un imbécil.
—Veo que esta leyendo el corazón de Voltaire, y ya casi lo termina.
Como así que casi lo voy a terminar, ¿qué? página 240 ¿a qué hora pasé tantas páginas? Ni me di cuenta por estar escuchándote.
—Si, es muy bueno.
—Yo lo empecé ayer, que casualidad, gracias por la referencia. Hasta pronto.
No, no quiero que te vayas, di algo rápido, mi cerebro va a millón pero mi boca no se mueve, di algo que se va.
—Señorita
—¿Si?
—¿Le gustaría tomar algo?

No sé cómo llegamos a mi apartamento, los efectos del vino supongo. Destapo una de mis botellas favoritas, imagino que nunca lo has probado: es un Dominio de Pingus 2004, mientras tanto me cuentas que tu apto no es ni un cuarto de la mitad del mío, estas fascinada con la vista, y eso que no has visto mi cama.
Te pido que me cuentes sobre ti, pero esquivas el tema, debe ser por la muerte de tu padre. Cambio el tema rápidamente. Ahora he perdido el hilo de la conversación
Quiero besarte, pero es demasiado pronto, estas preguntándome algo, no te estoy prestando atención, solo veo tu boca alargada abriéndose a mi, callas esperando una respuesta, asiento con mi cabeza, sonríes. Te sacas un mechón y te lo llevas a la boca, ¡ah! tenias que empezar a mordisquearte el pelo, te lo quito suavemente, lo acomodo tras tu oreja, te digo que eso no es bueno, sonríes nuevamente, me dices que lo haces cuando estas nerviosa por algo o cuando sientes que te están mirando demasiado, ahora comprendo porque lo hacías en el café, sí notabas mi presencia, sabias que te miraba, pero no dije nada.
Me besas, tus labios son suaves, tu aliento tiene el sabor del más dulce de los vinos, tu lengua hace una danza con la mía, rodeo tu cintura, meto mi mano por tu blusa, te dejas, tienes unos senos preciosos. Te cargo y te llevo a mi cama, ya se que te asombras, todas lo hacen.
Eres candela, no te imagine de esta forma, pensé que serias precavida, complicada, creo que te idealicé. Quieres que me recueste en la cama, un masaje dices, como tu quieras yo quiero, aceite no tengo, tu sí, siempre estas preparada. Claro que me desnudare para ti. Te me escabulles un momento, regresas con aceites y con unas franelas, amarras mis muñecas y mis tobillos a los barandales de la cama, te gusta jugar sucio, nunca lo he hecho pero creo que me gusta, ahora tapas mis ojos y mi boca.
A pesar del gusto comienzo a sentirme incómodo, ¿que tal resulte ser una ladrona y me deje aquí atado como un zopenco, amordazado y desnudo? No me preocupa morir porque mañana vendrá Rosa a limpiar el apto con la llave que le di y me encontrará. Quiero pedirle que me quite estas cosas, que no me siento cómodo.
Se sube a mi espalda, al oído me dice con su voz ronca que confíe en ella, que me relaje, que delicia el contacto de sus manos con mi piel, lo estoy disfrutando, que me robe lo que quiera mientras continúe haciéndomelo así ¡que delicia!
Ahora es su lengua la que me recorre, me haces cosquillas por ahí, eso, ahí me gusta, así esta mejor, quieres metértelo a la boca, no te parece que es mejor que este boca arriba, creo que es momento de que cambiemos, quiero decirte que deseo que me montes, aunque solo puedo pensarlo, esta mordaza que tengo en la boca no me deja.
¿Mas aceite?, pero, me estas lastimando, no metas tus dedos ahí, quítate de encima, quiero liberarme de estas ataduras, no puedo, grito con todas mis fuerzas, pero es en vano.
—¿Querías más?, ahí tienes, más de lo que podías imaginar, ¿te gusta? ¿Te gusta?, no lloriquees, no es para tanto. Esto era lo que querías, prácticamente me lo rogabas con tus miradas, pero que cerrado estas ¿eres virgo?...

¡No más! ¡Eres un maldito degenerado! ¡Detente! ¡Detente por favor!

Duele sentarse, disimulo el dolor con una sonrisa, ya son casi las cinco, tu mesa esta vacía, esperándote, al igual que yo. Tengo un regalo para ti, y no es precisamente una joya.

viernes, 12 de septiembre de 2008

POR SI LAS DUDAS

Cuento corregido por Monica Montaña

Al llegar, ya tenía arreglada una habitación para mí, aunque no era una niña pequeña, un conejo rosado de felpa adornaba la que sería mi cama por los próximos tres meses, tiempo que duraría mi visita.
El invierno de ese año fue uno de los más fuertes en 50 años según dijeron, mi madre había alquilado un apartamento en un hotel, el cual fue construido en la primera guerra mundial. Ahora servía de vivienda a los militares transferidos de América a la nueva base de pruebas de la fuerza aérea.
Desde que llegué no me sentí cómoda, sin embargo no dije nada para no importunarla, solo le pedí prestada una lamparilla, la cual dejaba encendida todas las noches, temía estar a oscuras en esa habitación. Un ambiente extraño circundaba en ella, yo pretextaba quedarme dormida leyendo hasta tarde.
Una de esas tantas noches en que no conciliaba el sueño, sentí la presencia de alguien sentado en el borde de la cama, pensé que era mi madre pero al voltear, quedé frente a frente con una señora desconocida, de unos 40 años de edad, piel blanca, rubia, ojos azules. Recuerdo que tenía puesto un abrigo de color amarillo pálido, el cual se veía muy sucio por algo que parecía ser tierra o lodo. Estaba despeinada y parecía llevar pedazos de hojas secas incrustadas en el cabello. Asida tenía una botella de licor, la cual extendió bruscamente a mi cara diciéndome:
—¡Drink!
Y fue más una orden que una sugerencia. Me di la vuelta rápidamente para esquivar el golpe, acto seguido desapareció.
No pude conciliar el sueño hasta entrada el alba.
En el desayuno, mi madre notó que yo no había dormido, me preguntó si todavía no me acostumbraba al cambio de horario. Pensé en darle esa razón, pero me aventé a contarle lo que había visto. Sabía que se reiría un rato o me calmaría diciéndome que todo era producto de un mal sueño. Pero según le contaba lo sucedido me miraba cada vez más extrañada. Al terminar mi narración ella dijo:

—Cuando me separé de Berny y llegué a este pueblo, solo pude pagar por una de las habitaciones del piso de arriba. Tuve que tomarla mientas reunía el dinero suficiente para el deposito de uno de los apartamentos de este piso. Justo en este, vivían un teniente con su esposa y una niña de siete años. Él siempre se iba temprano y volvía en la noche, la señora se quedaba con la niña, supuestamente para cuidarla, pero casi siempre la dejaba sola bajo llave, lo sé porque la escuché no sé cuántas veces llorar en las tardes.
—Pobrecita.
—La señora en cuestión se dedicaba a recorrer los pasillos del hotel en estado de embriaguez. En las noches, se apostaba en la puerta del hotel hasta que el marido volvía del trabajo, y no perdía ocasión para dejarle en ridículo. Él le decía que subieran, pero ella se resistía, a la final se la llevaba a la fuerza. Igual adentro como afuera seguía el escándalo de esta mujer, tirando cosas, azotando puertas, gritando vulgaridades. Varias veces los vecinos amenazaron con llamar a la policía, pero según se supo, el teniente pasó una buena suma a la administración para que pasaran por alto los escándalos.
...
—Una noche, hace más de un mes, me la encontré en las escaleras, estaba borracha, tenía una botella de whisky en la mano que me acercó gritándome como una loca: —¡Drink Drink with me! Yo no sabía que hacer, en eso llegó el esposo, me pidió disculpas y se la llevó a rastras al apartamento. Ese día le colmó finalmente la paciencia al señor porque le estaba dando duro a la vieja esta, y de pronto escuché un sonido diferente, como cuando alguien se golpea la cabeza muy fuerte contra algo, ya sabes como es el sonido, como una totuma que se quiebra. De ahí nada, ni un murmullo en toda la noche. Quise llamar a la policía pero las líneas estaban dañadas por la ventisca. Al otro día me llamaron de la administración por si quería tomar este apartamento en arriendo, según me dijeron, los que vivían aquí tuvieron que irse esa misma noche de improviso para Estados Unidos. Pensé —demasiado de “improviso”.
—¿Cómo así?
—Pues así como lo oyes. Todos los muebles que habían comprado los dejaron, el televisor, la remesa, la ropa. Es más, hasta ese conejo rosado. Todo lo que tenemos aquí era de ellos. Esa noche recuerdo que ella tenía puesto un abrigo amarillo. Tal cual me la describiste.

Nos miramos y guardamos silencio. Mi madre se levantó de la mesa, sacó una pequeña agenda telefónica que estaba en el cajón de la cocina y marcó un número.
—Buenos días, ¿con quien debo hablar para que me trasfieran de apartamento?
Volteó a mirarme con el teléfono en la mano y me dijo:
—Por si las dudas...

jueves, 31 de julio de 2008

TIEMPOS PERDIDOS



—¿Qué hora es?
—Cuarto para las diez. Nos tomamos una cervecita, el sol esta picantico.
—Mejor llevémosla y vamos a caminar. Mirá que estoy cansada de estar aquí sentada
—¿Y pa’donde? ¿Pa’ las Cabañas o pa’las Nieves?
—No, ¿a vos qué te pasa? Eso esta muy lejos. Algo más cercano. Vamos al río y nos metemos un rato.
—Mejor vamos a coger naranjas allá donde don Jesús. Yo conozco un camino que da a una de las cercas de la finca, podemos levantarla y meternos po’ahi. Y de vuelta nos tiramos al río.
—Listo, espérame aquí, voy por un costal.
Cogieron por el camino polvoriento y empedrado que va para el río, ese mismo que hace más de siete años esta prometiendo la alcaldía pavimentar. Se metieron por una trocha que se abría por una de las laderas del río. Omar dudo un momento si era el camino correcto pero no había otra entrada que vislumbrara otra trocha en ninguna parte más que aquella.
Entre charlas y chanzas caminaron por espacio de veinte minutos monte adentro. Al rato, Helen se sintió hablando sola, Omar ya no estaba tan conversador, en vez, miraba más atentamente a su alrededor y contestaba con monosílabos.
—¿A vos que te está pasando? Mirá que te estoy hablando desde hace rato y no me contestás. Si no andará con vos diría que estamos perdidos.
Silencio.
—¡Ah! No Omar, portáte serio, ya dejá la joda, ¿hacia dónde cogemos?
—Doña Helen, déme un minuto pa’ubicarme. Mire que hace meses que no vengo po’aquí.
Helen, que se había dejado llevar hasta ahí sin prestar atención por donde iban, se detuvo a observar el panorama.
–Omar ¿que árboles son estos? Yo nunca los había visto
Omar se quedo mirándolos, tocó y olió su tronco. Se rascó la cabeza:
—Pos ni idea, yo tampoco se que son. Huelen a pino, pero no tienen la forma, la verdad no sé, bien altos si están, y no puedo subir por ese tronco para mirar donde esta el pueblo.
—Cálmate, no te desesperes, tratemos de encontrar el río y de ahí nos ubicamos.
Caminaron por donde habían venido, pero no lo podían escuchar, Omar se sentía cada vez más intranquilo, acelerado y confundido. Helen miro el reloj, eran las 10:45 a.m. A la una llegaría la niña y no la encontraría. Debía darse prisa.
—Omar —le dijo tratando de parecer calmada— ¿Ya te ubicaste?
—Doña, quédese aquí, no se vaya a mover de este árbol, voy hacer una inspección rápida. Ya vengo.
Omar se perdió por el monte.
Pasado un tiempo, Helen gritó:
—Omar, me oís, ¿dónde estás? ¡Omaaar!
Al no escuchar respuesta, gritó con más fuerza.
—Seño Helen, alcanzo a escucharla. ¿Dónde está?
—Aquí, en el maldito palo donde me dejó. ¿Usted dónde está?, se escucha muy lejos
—¿Cómo que en el palo donde la deje? Si estoy aquí parado y usted no esta acá
—Omar ¡pendejo! Que no me he movido, se confundió de palo.
Silencio
—¡Omaaar! ¡Contésteme!
Silencio
Helen se puso a llorar, era claustrofóbica y a pesar de estar en campo abierto se sentía como en una caja de cartón.
—Omar hijo de su puta madre, sácame de este monte, no ves que la niña no tiene quien la reciba en la casa.
—¡Heleeen! ¿Ahora para dónde se fue? Me tiene dando vueltas.
—¡Huevón! ¡Cómo putas le explico que no me he movido de este palo!
Así estuvieron otro tanto, ella pensando que el era un mal nacido que la estaba asustando, y él confundido porque no la podía encontrar donde la había dejado.
—Helen, ¿Me oye?
Ella se sobresaltó, sintió que le había hablado en el oído, se volteó pero no había nadie a su alrededor.
—Helen, si puede escucharme, óigame bien, este monte esta maldito, coja un bejuco y azote duro los troncos, vaya rezando la oración a San Isidro Labrador ó la que sepa. Y en la lejanía se escuchaba el “Suas, suas, suas”, era el azote que Omar le estaba dando a los palos con su propio bejuco. Helen recordó que en el pueblo alguna vez le pasó esto a don Jerónimo cuando perdió un novillo por las laderas del río, la madreselva se lo quería llevar. Se secó las lágrimas, se encomendó a todos los santos con todas las oraciones que estaban en su repertorio y le dio a esos palos rejo ventiao.
A los pocos minutos escuchó a Omar que rezaba gritando a pulmón herido.
—¡Omar! ¿Me oye? —Grito.
—Doña Helen por diosito no solo eso, sino que ya la veo, quédese ahí parada.
Helen pudo divisarlo acercándose a ella a paso rápido, se abrazaron, lloraron y se persignaron.
—Vamos a rezar juntitos para salir de aquí, no me suelte la mano, no quiero dejarla sola.
Entre azotes y oraciones, escucharon de nuevo el río, se tiraron montaña abajo hasta alcanzarlo, caminaron por entre las piedras hasta que retomaron el camino al pueblo.
—Dios mío Omar ¿Qué fue eso?
—El monte que nos quería tragar, gracias a dios me acorde de la azotada con el bejuco, ó no estaríamos contando el cuento.
Aún repuestos del susto, y más confortados, seguían caminando asidos de la mano por miedo a perderse el uno del otro.
—Omar, ¿que hora será?
—Como mediodía, más ó menos.
—A mi me parece que ha pasado una eternidad. Caminemos más a prisa, la niña llega en el bus de la una y no tiene llaves de la casa.
Aceleraron el paso. Al pasar por la venta de melcochas, Helen quiso comprar una para su hija, así una posible espera sería compensada.
—Buenas, una melcocha por favor.
Doña María, que estaba en la cocina tostando maní en la paila, salió para atender la venta:
—¡Animas benditas! —dijo—, y de la impresión se le cayó la cuchara de palo que tenía en la mano.
Recuperada del susto, siguió diciendo:
—No puedo creer que los estoy viendo, mire que revuelo que se armó en el pueblo porque ustedes desaparecieron. Unos pensaron que los había secuestrado la guerrilla, otros que se habían fugado juntos. Y su hija, la pobre ha crecido buscándola y preguntándola diariamente en la comisaría del pueblo.
Helen miró el reloj de plástico que colgaba de una de las paredes de bareque de la casita, eran las 10:45 a.m., lo que no concordaba era el día señalado en el calendario.

lunes, 21 de julio de 2008

COMO PODRE??

cómo puedo conocerte si estoy aqui encerrada
cómo puedo saber donde estas sino puedo recorrer ningun camino
cómo vas a encontrarte conmigo si no te dejarán entrar
cómo puedo llegar a ti sino tengo ninguna brújula que te señale
cómo podré tocarte si solo existes en mi mente????

domingo, 1 de junio de 2008

ANASTASIA (Personaje arquetípico)



Caminaba sola por un sendero de espesos árboles, donde el viento mecía suavemente las copas de los mismos, abajo nada, poca luz se filtraba, solo pequeños haces iluminaban el sendero lleno de hojas secas amarillentas que la primavera olvido al entregarlas al otoño.

Anastasia pensaba en Pancho, en sus ojos negros como la noche más oscura, sus labios rojos y carnosos, su pecho y brazos torneados. Le dio vergüenza pueril seguir imaginando lo que mas abajo tenia pancho. Pero que sabía Anastasia a sus 13 años solo sabia planchar, lavar y cocinar, su madre en el cielo,del padre,ni idea; sola quedo Anastasia al cuidado de los patrones.Que mas podía conocer una campesina que jamás había salido de la finca. Ahora iba a descubrir al final del sendero lo que Pancho guardaba para ella.

Pancho, un joven de 22 años, bastante experimentado en las artes amatorias, guapo, conocedor de sus dotes físicas, excelente jornalero, querido por los patrones y odiado por los jóvenes, jugador excelente de poker y apostador empedernido de peleas de gallos. En tres sitios se encontraba al chaval: la finca,la taberna de Hernando, y el burdel del pueblo.

Pancho llegó hace 3 años a la finca, nunca se supo de quien era pariente o que venía hacer al pueblo, él solo decía yo vine con el viento y partiré con el huracán. Nunca reparó en Anastasia hasta una semana atrás...cuando la vio arrodillada contra una piedra en el río, sus manos estrujaban la prenda como queriendo sacarle el jugo de la vida, la vio con su vestido blanco chispeado con florecillas rojas y amarillas el cual se ceñía a su preciosa cintura, su cabello largo jugueteaba con el agua y sus caderas se movían descaradas al son de sus brazos.

Pancho la deseo, arranco una flor cualquiera y se la obsequio, con la trillada frase una flor para otra flor....., pero para ella era la cosa más dulce que sus oídos hubieran escuchado. Anastasia se incorporo lentamente con el rostro siempre mirando el suelo, tomo la flor y sonrío, una sonrisa mitad inocencia mitad vergüenza. Pancho le tomo delicadamente el rostro y la obligo a mirarlo, desde ese instante Anastasia se perdió en la noche más oscura.

Pancho era un hombre inteligente, más que inteligente era sagaz, él sabía que Anastasia era virgen, por lo que planeo su estrategia, la siguiente semana la lleno de detalles, cada día a un precio diferente, el primero un pequeño beso donde solo se rozaban delicadamente los labios, el segundo día un pequeño lamido dentro de su boca, Anastasia retrocedió asustada, Pancho la retomo suavemente y metió su lengua mas profundamente, el tercer día Anastasia decidió acariciar con su lengua la de el y pancho le acaricio debajo de la falda, el cuarto día le desabrocho los botones de su vestidito rojo y le lamió sus nacientes pezones. Hoy era el quinto día, Pancho le coloco una cita al final del sendero, en el cobertizo donde los patrones guardaban la leña para el invierno.

Se coloco su mejor vestido, el del domingo, se recogió el cabello en una trenza y se lo adorno con un broche en forma de mariposa, por su parte, Pancho se puso lo que primero vio, Anastasia iba tarde, se demoró bastante tratando de acomodarse su broche e imaginado que le tendría hoy preparado, invento diálogos con el espejo y bailo un rato sola en su cuarto extendiendo los brazos como si alguien bailara con ella.

Pancho llego primero, fumó un cigarrillo, luego otro, se impacientaba, pensaba que no llegaría a la cita, y empezó a enojarse; sentía que había perdido una semana, se voltio para tomar su chaqueta, cuando divisó entre los arbustos algo que iluminaba por centésimas de segundo, era el broche de Anastasia que al dar la luz del sol en el resplandecía. Pancho se calmó inmediatamente.

En verdad era una criatura hermosa, frágil, vulnerable. Pancho le tomo la mano, la atrajo contra el y la beso, primero suave, luego apasionadamente, la reclinó en una cama improvisada y le beso el cuello, mientras sus ágiles manos desabrochaban uno a uno los botones, Anastasia sentía calor. Pancho le quito poco a poco el vestido, dejando al descubierto sus senos pequeños pero altaneros, le lamió el vientre y metió su boca entre las piernas de ella, Anastasia gimió involuntariamente, Pancho sonrió para si mismo, era fácil, pensó.

Le corrió suavemente la prenda interior y la lamió suavemente, Anastasia gimió otra vez con mas intensidad, Pancho introdujo delicadamente su dedo una y otra vez al tiempo que su lengua rozaba el clítoris, ella quiso tenerlo y se lo hizo saber ,no con palabras sino con los gestos que los hombres comprenden fácilmente, lo tomo del rostro y lo beso, Anastasia pensó por un momento que estaba obrando como una cualquiera, Pancho pensaba: le gusta…. y volvió a sonreír.

Cuando quiso parar ya era tarde, Pancho introdujo su miembro hinchado y Anastasia supo que amar duele. Así estuvieron hasta que Pancho derramo su clímax sobre ella,

Anastasia se puso su vestido de domingo, mientras Pancho fumaba un cigarrillo, le pasó su mano por la espalda recorriendo rápidamente la espina dorsal, ella sintió un escalofrió y las lagrimas rodaron por su rostro, supo que nada seria igual.

Pancho se incorporó y le preguntó si la había lastimado, ella negó con la cabeza, el la rodeo con sus torneados brazos, se sintió confortada, Pancho ya no sonrió para si mismo, se enamoró, pensó.

Un día el huracán llego y Anastasia lo supo, corrió desesperada tras Pancho que volaba con la brisa de verano, frenéticamente por tratar de alcanzarle tropezó y cayo de bruces en el pasto, donde hundió su preciosa inocencia robada en estiércol.

Y me dices que amar no sabe a mierda!!..