miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿ERES VIRGO?

“Porque toda historia se escribe con esperma y sangre”

Elsy Rosas


Te observo todos los días desde el otro lado del salón. Hoy has traído un nuevo libro, supongo que terminaste de leer el conde de Montecristo, te faltaban unas 20 o 30 páginas cuando te fuiste ayer. Yo lo termine antes que tú, desde que te conocí este ya es el tercer libro que compro, quiero leer lo que tu lees, así cuando hablemos podremos compartir algo. “El corazón de Voltaire”, apuntaré ese nombre en mi libreta, esta tarde lo compraré.
¿Cuándo notarás mi presencia? A veces me miras, pero no se si es a mi o a través mío. Me pregunto qué es lo que tanto me perturba de ti. No eres mi tipo de mujer, siempre me han gustado las de rostro delicado y curvas llamativas, por el contrario tu no eres precisamente curvilínea, mas bien eres muy delgada, tu rostro esta en el rango de lo normal, ni tan bonito ni tan feo, ancho el mentón, ojos oscuros y pequeños, nariz alargada y tu boca, que me encanta, es delgada, tiene forma de corazón aplanado. Tal vez, si te cambio el estilo de vestimenta, con unas botas largas y una minifalda… no, qué estoy pensando, te verías como un zancudo con botas, dejémoslo de esa forma.
Tu cabello siempre lo llevas recogido en una forma desordenada con pequeños flecos acariciando tus mejillas, tus uñas impecablemente maquilladas, dedos y muñecas adornadas de bisuterías. Podría regalarte una joya… Un día tal vez.
Ahí estas otra vez mordisqueándote ese mechón de pelo, lo dejas en tu boca un rato moviendo tus dientes como un conejillo, si te operaran van a sacarte una bola de pelo como a los gatos. Me gustaría quitarte ese vicio, no se ve bien.
Ya son las siete, debo irme, Nota: comprar ese libro.

Son casi las cinco, no debes tardar en aparecer. Hoy conseguí una mesa contigua a la tuya, la cual esta vacía esperándote, igual que yo.
—¿Desea otra cosa señor?
—No gracias. Espere, otro café por favor.
Por fin llegaste, no traes libros ni revistas, pero si traes compañía. Siempre vienes sola, pensé que no conocías a nadie, debo parecer distraído, ¿en que página iba? Que importa, buena amigo, pagina 102 y apenas comenzaba la 30. Pediste dos capuchinos, por fin he escuchado tu voz. Tienes un acento raro, creo que no eres de aquí, tu voz suena extraña, un poco ronca, pero me gusta.
Escucho atentamente lo que hablan, y sé cosas de ti, que tu padre ha muerto recientemente, que te sientes triste pero a la vez aliviada, que tu madre se fue para el extranjero a vivir con su hermana, que adoras la capital y que jamás regresaras… ¿a dónde? No lo dices, sólo que no regresaras.
Al parecer tu amiga debe encontrarse con alguien. Se despide. Te quedas sola. El mesero te pregunta si deseas algo más, le dices que no con la cabeza y coges tu mochila. Quisiera decirte algo, pero solo puedo mirarte y de repente volteas y me miras directamente a los ojos, me has descubierto espiándote, me siento como un imbécil.
—Veo que esta leyendo el corazón de Voltaire, y ya casi lo termina.
Como así que casi lo voy a terminar, ¿qué? página 240 ¿a qué hora pasé tantas páginas? Ni me di cuenta por estar escuchándote.
—Si, es muy bueno.
—Yo lo empecé ayer, que casualidad, gracias por la referencia. Hasta pronto.
No, no quiero que te vayas, di algo rápido, mi cerebro va a millón pero mi boca no se mueve, di algo que se va.
—Señorita
—¿Si?
—¿Le gustaría tomar algo?

No sé cómo llegamos a mi apartamento, los efectos del vino supongo. Destapo una de mis botellas favoritas, imagino que nunca lo has probado: es un Dominio de Pingus 2004, mientras tanto me cuentas que tu apto no es ni un cuarto de la mitad del mío, estas fascinada con la vista, y eso que no has visto mi cama.
Te pido que me cuentes sobre ti, pero esquivas el tema, debe ser por la muerte de tu padre. Cambio el tema rápidamente. Ahora he perdido el hilo de la conversación
Quiero besarte, pero es demasiado pronto, estas preguntándome algo, no te estoy prestando atención, solo veo tu boca alargada abriéndose a mi, callas esperando una respuesta, asiento con mi cabeza, sonríes. Te sacas un mechón y te lo llevas a la boca, ¡ah! tenias que empezar a mordisquearte el pelo, te lo quito suavemente, lo acomodo tras tu oreja, te digo que eso no es bueno, sonríes nuevamente, me dices que lo haces cuando estas nerviosa por algo o cuando sientes que te están mirando demasiado, ahora comprendo porque lo hacías en el café, sí notabas mi presencia, sabias que te miraba, pero no dije nada.
Me besas, tus labios son suaves, tu aliento tiene el sabor del más dulce de los vinos, tu lengua hace una danza con la mía, rodeo tu cintura, meto mi mano por tu blusa, te dejas, tienes unos senos preciosos. Te cargo y te llevo a mi cama, ya se que te asombras, todas lo hacen.
Eres candela, no te imagine de esta forma, pensé que serias precavida, complicada, creo que te idealicé. Quieres que me recueste en la cama, un masaje dices, como tu quieras yo quiero, aceite no tengo, tu sí, siempre estas preparada. Claro que me desnudare para ti. Te me escabulles un momento, regresas con aceites y con unas franelas, amarras mis muñecas y mis tobillos a los barandales de la cama, te gusta jugar sucio, nunca lo he hecho pero creo que me gusta, ahora tapas mis ojos y mi boca.
A pesar del gusto comienzo a sentirme incómodo, ¿que tal resulte ser una ladrona y me deje aquí atado como un zopenco, amordazado y desnudo? No me preocupa morir porque mañana vendrá Rosa a limpiar el apto con la llave que le di y me encontrará. Quiero pedirle que me quite estas cosas, que no me siento cómodo.
Se sube a mi espalda, al oído me dice con su voz ronca que confíe en ella, que me relaje, que delicia el contacto de sus manos con mi piel, lo estoy disfrutando, que me robe lo que quiera mientras continúe haciéndomelo así ¡que delicia!
Ahora es su lengua la que me recorre, me haces cosquillas por ahí, eso, ahí me gusta, así esta mejor, quieres metértelo a la boca, no te parece que es mejor que este boca arriba, creo que es momento de que cambiemos, quiero decirte que deseo que me montes, aunque solo puedo pensarlo, esta mordaza que tengo en la boca no me deja.
¿Mas aceite?, pero, me estas lastimando, no metas tus dedos ahí, quítate de encima, quiero liberarme de estas ataduras, no puedo, grito con todas mis fuerzas, pero es en vano.
—¿Querías más?, ahí tienes, más de lo que podías imaginar, ¿te gusta? ¿Te gusta?, no lloriquees, no es para tanto. Esto era lo que querías, prácticamente me lo rogabas con tus miradas, pero que cerrado estas ¿eres virgo?...

¡No más! ¡Eres un maldito degenerado! ¡Detente! ¡Detente por favor!

Duele sentarse, disimulo el dolor con una sonrisa, ya son casi las cinco, tu mesa esta vacía, esperándote, al igual que yo. Tengo un regalo para ti, y no es precisamente una joya.

viernes, 12 de septiembre de 2008

POR SI LAS DUDAS

Cuento corregido por Monica Montaña

Al llegar, ya tenía arreglada una habitación para mí, aunque no era una niña pequeña, un conejo rosado de felpa adornaba la que sería mi cama por los próximos tres meses, tiempo que duraría mi visita.
El invierno de ese año fue uno de los más fuertes en 50 años según dijeron, mi madre había alquilado un apartamento en un hotel, el cual fue construido en la primera guerra mundial. Ahora servía de vivienda a los militares transferidos de América a la nueva base de pruebas de la fuerza aérea.
Desde que llegué no me sentí cómoda, sin embargo no dije nada para no importunarla, solo le pedí prestada una lamparilla, la cual dejaba encendida todas las noches, temía estar a oscuras en esa habitación. Un ambiente extraño circundaba en ella, yo pretextaba quedarme dormida leyendo hasta tarde.
Una de esas tantas noches en que no conciliaba el sueño, sentí la presencia de alguien sentado en el borde de la cama, pensé que era mi madre pero al voltear, quedé frente a frente con una señora desconocida, de unos 40 años de edad, piel blanca, rubia, ojos azules. Recuerdo que tenía puesto un abrigo de color amarillo pálido, el cual se veía muy sucio por algo que parecía ser tierra o lodo. Estaba despeinada y parecía llevar pedazos de hojas secas incrustadas en el cabello. Asida tenía una botella de licor, la cual extendió bruscamente a mi cara diciéndome:
—¡Drink!
Y fue más una orden que una sugerencia. Me di la vuelta rápidamente para esquivar el golpe, acto seguido desapareció.
No pude conciliar el sueño hasta entrada el alba.
En el desayuno, mi madre notó que yo no había dormido, me preguntó si todavía no me acostumbraba al cambio de horario. Pensé en darle esa razón, pero me aventé a contarle lo que había visto. Sabía que se reiría un rato o me calmaría diciéndome que todo era producto de un mal sueño. Pero según le contaba lo sucedido me miraba cada vez más extrañada. Al terminar mi narración ella dijo:

—Cuando me separé de Berny y llegué a este pueblo, solo pude pagar por una de las habitaciones del piso de arriba. Tuve que tomarla mientas reunía el dinero suficiente para el deposito de uno de los apartamentos de este piso. Justo en este, vivían un teniente con su esposa y una niña de siete años. Él siempre se iba temprano y volvía en la noche, la señora se quedaba con la niña, supuestamente para cuidarla, pero casi siempre la dejaba sola bajo llave, lo sé porque la escuché no sé cuántas veces llorar en las tardes.
—Pobrecita.
—La señora en cuestión se dedicaba a recorrer los pasillos del hotel en estado de embriaguez. En las noches, se apostaba en la puerta del hotel hasta que el marido volvía del trabajo, y no perdía ocasión para dejarle en ridículo. Él le decía que subieran, pero ella se resistía, a la final se la llevaba a la fuerza. Igual adentro como afuera seguía el escándalo de esta mujer, tirando cosas, azotando puertas, gritando vulgaridades. Varias veces los vecinos amenazaron con llamar a la policía, pero según se supo, el teniente pasó una buena suma a la administración para que pasaran por alto los escándalos.
...
—Una noche, hace más de un mes, me la encontré en las escaleras, estaba borracha, tenía una botella de whisky en la mano que me acercó gritándome como una loca: —¡Drink Drink with me! Yo no sabía que hacer, en eso llegó el esposo, me pidió disculpas y se la llevó a rastras al apartamento. Ese día le colmó finalmente la paciencia al señor porque le estaba dando duro a la vieja esta, y de pronto escuché un sonido diferente, como cuando alguien se golpea la cabeza muy fuerte contra algo, ya sabes como es el sonido, como una totuma que se quiebra. De ahí nada, ni un murmullo en toda la noche. Quise llamar a la policía pero las líneas estaban dañadas por la ventisca. Al otro día me llamaron de la administración por si quería tomar este apartamento en arriendo, según me dijeron, los que vivían aquí tuvieron que irse esa misma noche de improviso para Estados Unidos. Pensé —demasiado de “improviso”.
—¿Cómo así?
—Pues así como lo oyes. Todos los muebles que habían comprado los dejaron, el televisor, la remesa, la ropa. Es más, hasta ese conejo rosado. Todo lo que tenemos aquí era de ellos. Esa noche recuerdo que ella tenía puesto un abrigo amarillo. Tal cual me la describiste.

Nos miramos y guardamos silencio. Mi madre se levantó de la mesa, sacó una pequeña agenda telefónica que estaba en el cajón de la cocina y marcó un número.
—Buenos días, ¿con quien debo hablar para que me trasfieran de apartamento?
Volteó a mirarme con el teléfono en la mano y me dijo:
—Por si las dudas...

jueves, 31 de julio de 2008

TIEMPOS PERDIDOS



—¿Qué hora es?
—Cuarto para las diez. Nos tomamos una cervecita, el sol esta picantico.
—Mejor llevémosla y vamos a caminar. Mirá que estoy cansada de estar aquí sentada
—¿Y pa’donde? ¿Pa’ las Cabañas o pa’las Nieves?
—No, ¿a vos qué te pasa? Eso esta muy lejos. Algo más cercano. Vamos al río y nos metemos un rato.
—Mejor vamos a coger naranjas allá donde don Jesús. Yo conozco un camino que da a una de las cercas de la finca, podemos levantarla y meternos po’ahi. Y de vuelta nos tiramos al río.
—Listo, espérame aquí, voy por un costal.
Cogieron por el camino polvoriento y empedrado que va para el río, ese mismo que hace más de siete años esta prometiendo la alcaldía pavimentar. Se metieron por una trocha que se abría por una de las laderas del río. Omar dudo un momento si era el camino correcto pero no había otra entrada que vislumbrara otra trocha en ninguna parte más que aquella.
Entre charlas y chanzas caminaron por espacio de veinte minutos monte adentro. Al rato, Helen se sintió hablando sola, Omar ya no estaba tan conversador, en vez, miraba más atentamente a su alrededor y contestaba con monosílabos.
—¿A vos que te está pasando? Mirá que te estoy hablando desde hace rato y no me contestás. Si no andará con vos diría que estamos perdidos.
Silencio.
—¡Ah! No Omar, portáte serio, ya dejá la joda, ¿hacia dónde cogemos?
—Doña Helen, déme un minuto pa’ubicarme. Mire que hace meses que no vengo po’aquí.
Helen, que se había dejado llevar hasta ahí sin prestar atención por donde iban, se detuvo a observar el panorama.
–Omar ¿que árboles son estos? Yo nunca los había visto
Omar se quedo mirándolos, tocó y olió su tronco. Se rascó la cabeza:
—Pos ni idea, yo tampoco se que son. Huelen a pino, pero no tienen la forma, la verdad no sé, bien altos si están, y no puedo subir por ese tronco para mirar donde esta el pueblo.
—Cálmate, no te desesperes, tratemos de encontrar el río y de ahí nos ubicamos.
Caminaron por donde habían venido, pero no lo podían escuchar, Omar se sentía cada vez más intranquilo, acelerado y confundido. Helen miro el reloj, eran las 10:45 a.m. A la una llegaría la niña y no la encontraría. Debía darse prisa.
—Omar —le dijo tratando de parecer calmada— ¿Ya te ubicaste?
—Doña, quédese aquí, no se vaya a mover de este árbol, voy hacer una inspección rápida. Ya vengo.
Omar se perdió por el monte.
Pasado un tiempo, Helen gritó:
—Omar, me oís, ¿dónde estás? ¡Omaaar!
Al no escuchar respuesta, gritó con más fuerza.
—Seño Helen, alcanzo a escucharla. ¿Dónde está?
—Aquí, en el maldito palo donde me dejó. ¿Usted dónde está?, se escucha muy lejos
—¿Cómo que en el palo donde la deje? Si estoy aquí parado y usted no esta acá
—Omar ¡pendejo! Que no me he movido, se confundió de palo.
Silencio
—¡Omaaar! ¡Contésteme!
Silencio
Helen se puso a llorar, era claustrofóbica y a pesar de estar en campo abierto se sentía como en una caja de cartón.
—Omar hijo de su puta madre, sácame de este monte, no ves que la niña no tiene quien la reciba en la casa.
—¡Heleeen! ¿Ahora para dónde se fue? Me tiene dando vueltas.
—¡Huevón! ¡Cómo putas le explico que no me he movido de este palo!
Así estuvieron otro tanto, ella pensando que el era un mal nacido que la estaba asustando, y él confundido porque no la podía encontrar donde la había dejado.
—Helen, ¿Me oye?
Ella se sobresaltó, sintió que le había hablado en el oído, se volteó pero no había nadie a su alrededor.
—Helen, si puede escucharme, óigame bien, este monte esta maldito, coja un bejuco y azote duro los troncos, vaya rezando la oración a San Isidro Labrador ó la que sepa. Y en la lejanía se escuchaba el “Suas, suas, suas”, era el azote que Omar le estaba dando a los palos con su propio bejuco. Helen recordó que en el pueblo alguna vez le pasó esto a don Jerónimo cuando perdió un novillo por las laderas del río, la madreselva se lo quería llevar. Se secó las lágrimas, se encomendó a todos los santos con todas las oraciones que estaban en su repertorio y le dio a esos palos rejo ventiao.
A los pocos minutos escuchó a Omar que rezaba gritando a pulmón herido.
—¡Omar! ¿Me oye? —Grito.
—Doña Helen por diosito no solo eso, sino que ya la veo, quédese ahí parada.
Helen pudo divisarlo acercándose a ella a paso rápido, se abrazaron, lloraron y se persignaron.
—Vamos a rezar juntitos para salir de aquí, no me suelte la mano, no quiero dejarla sola.
Entre azotes y oraciones, escucharon de nuevo el río, se tiraron montaña abajo hasta alcanzarlo, caminaron por entre las piedras hasta que retomaron el camino al pueblo.
—Dios mío Omar ¿Qué fue eso?
—El monte que nos quería tragar, gracias a dios me acorde de la azotada con el bejuco, ó no estaríamos contando el cuento.
Aún repuestos del susto, y más confortados, seguían caminando asidos de la mano por miedo a perderse el uno del otro.
—Omar, ¿que hora será?
—Como mediodía, más ó menos.
—A mi me parece que ha pasado una eternidad. Caminemos más a prisa, la niña llega en el bus de la una y no tiene llaves de la casa.
Aceleraron el paso. Al pasar por la venta de melcochas, Helen quiso comprar una para su hija, así una posible espera sería compensada.
—Buenas, una melcocha por favor.
Doña María, que estaba en la cocina tostando maní en la paila, salió para atender la venta:
—¡Animas benditas! —dijo—, y de la impresión se le cayó la cuchara de palo que tenía en la mano.
Recuperada del susto, siguió diciendo:
—No puedo creer que los estoy viendo, mire que revuelo que se armó en el pueblo porque ustedes desaparecieron. Unos pensaron que los había secuestrado la guerrilla, otros que se habían fugado juntos. Y su hija, la pobre ha crecido buscándola y preguntándola diariamente en la comisaría del pueblo.
Helen miró el reloj de plástico que colgaba de una de las paredes de bareque de la casita, eran las 10:45 a.m., lo que no concordaba era el día señalado en el calendario.

lunes, 21 de julio de 2008

COMO PODRE??

cómo puedo conocerte si estoy aqui encerrada
cómo puedo saber donde estas sino puedo recorrer ningun camino
cómo vas a encontrarte conmigo si no te dejarán entrar
cómo puedo llegar a ti sino tengo ninguna brújula que te señale
cómo podré tocarte si solo existes en mi mente????

domingo, 1 de junio de 2008

ANASTASIA (Personaje arquetípico)



Caminaba sola por un sendero de espesos árboles, donde el viento mecía suavemente las copas de los mismos, abajo nada, poca luz se filtraba, solo pequeños haces iluminaban el sendero lleno de hojas secas amarillentas que la primavera olvido al entregarlas al otoño.

Anastasia pensaba en Pancho, en sus ojos negros como la noche más oscura, sus labios rojos y carnosos, su pecho y brazos torneados. Le dio vergüenza pueril seguir imaginando lo que mas abajo tenia pancho. Pero que sabía Anastasia a sus 13 años solo sabia planchar, lavar y cocinar, su madre en el cielo,del padre,ni idea; sola quedo Anastasia al cuidado de los patrones.Que mas podía conocer una campesina que jamás había salido de la finca. Ahora iba a descubrir al final del sendero lo que Pancho guardaba para ella.

Pancho, un joven de 22 años, bastante experimentado en las artes amatorias, guapo, conocedor de sus dotes físicas, excelente jornalero, querido por los patrones y odiado por los jóvenes, jugador excelente de poker y apostador empedernido de peleas de gallos. En tres sitios se encontraba al chaval: la finca,la taberna de Hernando, y el burdel del pueblo.

Pancho llegó hace 3 años a la finca, nunca se supo de quien era pariente o que venía hacer al pueblo, él solo decía yo vine con el viento y partiré con el huracán. Nunca reparó en Anastasia hasta una semana atrás...cuando la vio arrodillada contra una piedra en el río, sus manos estrujaban la prenda como queriendo sacarle el jugo de la vida, la vio con su vestido blanco chispeado con florecillas rojas y amarillas el cual se ceñía a su preciosa cintura, su cabello largo jugueteaba con el agua y sus caderas se movían descaradas al son de sus brazos.

Pancho la deseo, arranco una flor cualquiera y se la obsequio, con la trillada frase una flor para otra flor....., pero para ella era la cosa más dulce que sus oídos hubieran escuchado. Anastasia se incorporo lentamente con el rostro siempre mirando el suelo, tomo la flor y sonrío, una sonrisa mitad inocencia mitad vergüenza. Pancho le tomo delicadamente el rostro y la obligo a mirarlo, desde ese instante Anastasia se perdió en la noche más oscura.

Pancho era un hombre inteligente, más que inteligente era sagaz, él sabía que Anastasia era virgen, por lo que planeo su estrategia, la siguiente semana la lleno de detalles, cada día a un precio diferente, el primero un pequeño beso donde solo se rozaban delicadamente los labios, el segundo día un pequeño lamido dentro de su boca, Anastasia retrocedió asustada, Pancho la retomo suavemente y metió su lengua mas profundamente, el tercer día Anastasia decidió acariciar con su lengua la de el y pancho le acaricio debajo de la falda, el cuarto día le desabrocho los botones de su vestidito rojo y le lamió sus nacientes pezones. Hoy era el quinto día, Pancho le coloco una cita al final del sendero, en el cobertizo donde los patrones guardaban la leña para el invierno.

Se coloco su mejor vestido, el del domingo, se recogió el cabello en una trenza y se lo adorno con un broche en forma de mariposa, por su parte, Pancho se puso lo que primero vio, Anastasia iba tarde, se demoró bastante tratando de acomodarse su broche e imaginado que le tendría hoy preparado, invento diálogos con el espejo y bailo un rato sola en su cuarto extendiendo los brazos como si alguien bailara con ella.

Pancho llego primero, fumó un cigarrillo, luego otro, se impacientaba, pensaba que no llegaría a la cita, y empezó a enojarse; sentía que había perdido una semana, se voltio para tomar su chaqueta, cuando divisó entre los arbustos algo que iluminaba por centésimas de segundo, era el broche de Anastasia que al dar la luz del sol en el resplandecía. Pancho se calmó inmediatamente.

En verdad era una criatura hermosa, frágil, vulnerable. Pancho le tomo la mano, la atrajo contra el y la beso, primero suave, luego apasionadamente, la reclinó en una cama improvisada y le beso el cuello, mientras sus ágiles manos desabrochaban uno a uno los botones, Anastasia sentía calor. Pancho le quito poco a poco el vestido, dejando al descubierto sus senos pequeños pero altaneros, le lamió el vientre y metió su boca entre las piernas de ella, Anastasia gimió involuntariamente, Pancho sonrió para si mismo, era fácil, pensó.

Le corrió suavemente la prenda interior y la lamió suavemente, Anastasia gimió otra vez con mas intensidad, Pancho introdujo delicadamente su dedo una y otra vez al tiempo que su lengua rozaba el clítoris, ella quiso tenerlo y se lo hizo saber ,no con palabras sino con los gestos que los hombres comprenden fácilmente, lo tomo del rostro y lo beso, Anastasia pensó por un momento que estaba obrando como una cualquiera, Pancho pensaba: le gusta…. y volvió a sonreír.

Cuando quiso parar ya era tarde, Pancho introdujo su miembro hinchado y Anastasia supo que amar duele. Así estuvieron hasta que Pancho derramo su clímax sobre ella,

Anastasia se puso su vestido de domingo, mientras Pancho fumaba un cigarrillo, le pasó su mano por la espalda recorriendo rápidamente la espina dorsal, ella sintió un escalofrió y las lagrimas rodaron por su rostro, supo que nada seria igual.

Pancho se incorporó y le preguntó si la había lastimado, ella negó con la cabeza, el la rodeo con sus torneados brazos, se sintió confortada, Pancho ya no sonrió para si mismo, se enamoró, pensó.

Un día el huracán llego y Anastasia lo supo, corrió desesperada tras Pancho que volaba con la brisa de verano, frenéticamente por tratar de alcanzarle tropezó y cayo de bruces en el pasto, donde hundió su preciosa inocencia robada en estiércol.

Y me dices que amar no sabe a mierda!!..

martes, 20 de mayo de 2008

REFLEJOS (cuento en segunda persona)




Cuento corregido por Carlos Castillo

Para salir de tu casa empiezas el proceso de maquillaje, retocado de cabello, vestuario, lo cual es normal en las mujeres, pero esto te lleva más o menos una hora a dos. Cuando crees que has terminado de arreglarte, vuelves a mirarte al espejo, te quitas el cinturón negro y lo remplazas por uno blanco, pero no va con las botas negras, te las quitas y te pones las blancas de cremallera, ahora el pantalón no te gusta, mejor una minifalda. Te miras nuevamente, mejor te echas una sombra oscura que resalte tus ojos y te quitas el labial que tenías para colocarte un brillo rosa, te sueltas el cabello nuevamente y lo recoges de medio lado para verte más sensual. Y mientras tanto todos se tullen a tu alrededor con la demora.

Cuando terminas, todos te dicen que estás absolutamente perfecta para que no se te ocurra querer cambiarte otra vez. El que dice que ya se le está colmando la paciencia con tus rituales de belleza es tu novio, y vaya paciencia que ha tenido, porque el resto no se cansa de expresar la hartera que les da esperarte, aunque claro siempre lo dicen a tu espalda.

Por fin salen de tu casa, llegan al bar, no pasan ni 20 minutos de estar ahí, cuando te paras de la mesa con tu cartera. Ya todos saben que vas al baño a retocarte, no saben porque lo haces si estas regia. Todas las mujeres de la mesa ruegan por dentro que no les pidas que te acompañen porque eso implica, como siempre, perderse de 3 a 5 piezas que quisieran bailar.

Acaso no has notado que cuando te paras y miras alrededor a ver quien te acompaña, ellas aprovechan para besar a sus parejas, hacer que leen la carta de licores o que en ese momento se les cae algo debajo de la mesa y lo buscan con desespero. Pues mira de nuevo amiga porque eso siempre pasa; cuando vuelves a la mesa, estás igualita a como te fuiste, nadie sabe que es lo que tanto haces en el baño.

Vas con tu novio a la pista de baile, pero él casi siempre regresa solo, porque tu terminas de bailar y regresas al espejo, quizá se te aplasto el cabello o se te corrió un poco la pestañina. A veces vemos como tu novio se queda ahí sentadote con cara de bobo esperándote, sólo se entiende contigo bailando así que no saca a nadie más, y tú muy ocupada con tu vanidad no te das cuenta de que le haces pasar una noche aburrida. Cuando vuelves a su lado, te molestas porque no comprendes la cara de enojo que tiene.

Así que armas un show diciendo que él no te comprende, que el no es mujer, y que él no se debe exclusivamente a su imagen como tú para poder sobresalir en el medio artístico, y es cuando él te compara con otras mujeres y dices que eres la excepción a la regla, que tienes un problema, que eres narcisista. Siempre con esas palabras te vuela la putería, entonces te dedicas a recorrer el bar sola, a bailar con otros hombres, a entablar amistades de una noche. Y como no, a volver al baño para verte en el espejo sin que nadie te joda…

No se cuantas veces ha pasado esto, pero él nunca se ha ido, siempre te espera hasta que termines de hacer todas tus escenas,para distraerse se va al piso de arriba donde ponen música electrónica, se mete una pepa y baila solo, luego cuando te cansas de la gente y el empieza hacerte falta, vas y lo buscas, le llevas una botella de agua y lo contentas con dos o tres palabras melosas.

Ya no se sabe quien es mas pendejo de ustedes dos, porque ninguno de nosotros los entiende, si el no se ha cansado, a mi ya me tienes mamada, quiero compartir por una vez con ustedes la noche, verlos en la mesa juntos, pasar un momento agradable...

Hoy se repite la historia, te sigo al baño, y te veo ahí parada mirándote al espejo,percibes mi presencia tras de ti, y el acercamiento estrepitoso al cristal de la botella que rompe en pedazos tu imagen.

domingo, 11 de mayo de 2008

EL BUITRE (cuento metaficcional)














Cuento corregido por Carlos Castillo


Ser blanco en aquella tierra era ventajoso.

A mis 24 años decidí hacerme reportero grafico para mostrarle al mundo las injusticias que a diario sucedían. Poco a poco fui cultivando mi amor por la fotografía, siempre supe que una imagen expresa más que mil palabras.
Conocí personas, excesos, pasiones, pero los que siempre estaban conmigo y no eran de esas sombras vagas que pasan por la vida fueron Ken, Grez y Joao, también fotógrafos de profesión. A los cuatro nos encantaba estar juntos, prácticamente éramos inseparables tanto que nos llamaban el Bang Bang Club, nos fascinaba nuestro trabajo, éramos adictos a él, más que al alcohol y a las tantas drogas que consumíamos.
Al saber de cualquier matanza que hubiera ocurrido en cualquier punto del país, salíamos ansiosos a recoger nuestras cámaras, subirnos al primer avión y tomar nuestro mejor ángulo de aquellos cuerpos destrozados.
Luego, entre cervezas y cigarrillos, exponíamos nuestras fotos, para ver cuál era la más trágica, esa que podía hacer helar la sangre de solo verla, sentirse enfermo y nauseabundo, por la que los periódicos pagarían bien. En este punto de mi vida yo ya había perdido el deseo de sensibilizar, yo mismo me hice insensible, desarrollé un corazón gélido y una mirada fría.
De una fotografía sólo me interesaba la luz, el formato, el fondo pero nunca el sujeto que estaba tras el lente. Solo buscaba una foto perfecta que me diera el reconocimiento mundial.
A principio de los 90 nos vino trabajo a granel, fue la época en que el país se sumió completamente en la anarquía y los genocidios estaban a la orden del día. Nos preparábamos como quien va a trabajar a la oficina, esto se volvió una rutina, y poco a poco me cansé de ver siempre lo mismo en Katlehon por lo que decidí irme un tiempo de vacaciones a Sudán No fue sino llegar cuando la vi.…
Ahí estaba ella, tan pequeña e indefensa. No tendría más de cinco o seis años. Y se notaba que venía arrastrándose por la arena caliente desde hacía rato. Estaba totalmente famélica, la piel pegada a las costillas, aunque ese estado de desnutrición allá no es raro; venía en cuclillas y con la nariz pegada al piso, aspirando la arena como un drogadicto aspira polvo de ángel. La cabeza se veía demasiado grande en ese cuerpo tan diminuto y huesudo; cada movimiento le demandaba un esfuerzo exagerado, pero en sí ella no fue lo que me llamó la atención sino su compañero.
Atrás, a una pequeña distancia, como un guardaespalda, vestido de negro y con los ojos siempre puestos en ella camina un buitre. El sabía que le faltaba poco para que la niña muriera ahí, podía sentir el olor, ambos podíamos, pero él no tenía prisa .Cada centímetro que ella se arrastraba, el daba un pequeño saltito; el corazón me saltó del pecho, saqué la cámara y sentí que era la imagen que había estado esperado durante toda la vida.
Tome una y otra foto, de un ángulo, de otro, pero el calor empezó a agobiarme. Tenía hambre y sed, pero esperé. Quería que el buitre hiciera algo increíble, que se le acercara y posara sus alas encima, algo así como un abrazo de la muerte o que la empezara a picotear; pero yo sabía que ellos nunca lo hacen hasta que la presa esta muerta. La niña ya lo había visto pero no tenía fuerzas para espantarlo y él no tenía intenciones de irse. Ni siquiera mi presencia lo importunó.
Esperé, no pasó nada, la niña se quedó quieta pero los minutos no, la sed se hizo más violenta, estaba sudando y harto de esa monotonía, me aleje de ahí, ya no había nada más para ver.
Días después revelé los rollos, la foto de la niña y el buitre se publicó casi de inmediato, gané prestigio en el medio. En el año de 1994 me llamaron para decirme que por este trabajo me había ganado lo que tanto deseaba: el premio Pulitzer.
Después de esto mi fama como fotógrafo fue tan grande como baja mi reputación de hombre. Todas las personas, tanto allegadas como extrañas, me empezaron a preguntar lo mismo: el paradero de aquella niña, que si yo la había salvado, que a donde la había llevado, pero cuando les dije que yo la dejé a merced de su suerte todos me recriminaron. Mi familia, especialmente, empezó hacerme a un lado. El único que me apoyó en todo esto y que entendía que poco a poco uno se insensibiliza en esta profesión hasta prácticamente quedar anestesiado era mi buen amigo Kent. De mis otros dos amigos no volví a saber.
Hoy amigo, ni siquiera tú puedes consolarme. Esos malditos en Tokoza te acribillaron a balazos, ahora si estoy realmente solo; para qué el dinero y la fama si nadie puede estar a mi lado sin perforarme el alma con una mirada de desaprobación, soy una escoria.

No puedo dormir, me paso las noches en vela, tomo y me drogo más que nunca, la culpa me carcome el cerebro, no me deja pensar, ni respirar. He dejado de tomar fotos ya no me interesan, no he vuelto a asistir a ningún evento, no contesto las llamadas y no respondo los correos ni las cartas.
En las noches siempre tengo el mismo sueño, una y otra vez, en el cual me veo a mi mismo desnudo y arrastrándome por la arena del desierto. Siento que el alma se me está escapando del cuerpo, me siento débil, agotado, no puedo ni siquiera llorar, tengo calor, hambre, sed, siento los miembros pesados.
Y es entonces cuando lo veo, veo aquel maldito buitre acercándose con esos pequeños saltos. Es de una contextura desproporcionada, como dos veces yo, lo siento acercarse más y más, abre sus alas, siento sus plumas suaves acariciándome el rostro. Levanto, con mi ultimo esfuerzo la cabeza, él maldito con un movimiento ágil y rápido me saca los ojos, y empieza a picotearme y a destrozarme, es el peor dolor que he sentido. Me levanto gritando, llorando y tocándome el rostro que empapado de sudor pienso que es la sangre que brota de mis cuencas vacías.
Ya no puedo continuar así, es por eso que hoy he cogido el coche y me he parqueado en la ladera de este río, el lugar más querido en mi infancia, me encantaba jugar aquí, era la época en que yo era inocente de todo. He metido una punta de la manguera de caucho en el exhosto y la otra por el baúl, las ventanillas están cerradas, el reproductor toca mis canciones favoritas las que me recuerdan al Bang Bang Club.
Aspiro lenta pero profundamente el gas, me siento somnoliento, ya no puedo abrir los ojos, el cuerpo me pesa. Te veo Kent, me tomas de la mano, sonrío porque estamos juntos nuevamente, esta vez tú llevas un rifle para matar al maldito buitre y yo una manta para recoger a la niña y llevarla con nosotros……


PEDIDO (cuento de inscripcion)


Llegó a ella con rostro consternado y traslúcido, como esas estatuas de alabastro y mármol que se ven en las iglesias,las manos le temblaban, los labios eran de un color morado y sus ojos veían sin mirar, se paró ante ella y con voz gutural le dijo:
-Ayudame!!
-Quítate la ropa, ordenó ella y ven conmigo…
El lo hizo obedientemente, no expresó sorpresa, ella lo tomó de la mano y le ayudó a caminar, las piedras le herían los pies,se introdujeron poco a poco en el río de aguas heladas.
El empezó a temblar todavía mas, ella lo hizo arrodillarse, le coloco su mano en la cabeza y elevo la mirada al cielo, murmuraba cosas que el no entendió,hablaba mediante el lenguaje de la naturaleza.
Así paso un rato, hasta que el sintió un calor interno, como un fuego que le quemo el pecho. Ella se arrodillo junto a el.
-Necesito que metas tu cabeza, y no la saques pase lo que pase hasta que yo te diga, dijo ella.
El no tuvo tiempo de discernir, ella introdujo su cabeza sin esperar una respuesta. Calma y silencio. Ella se sumergió con el, de repente sintió que alguien o algo hablaba al unísono con la corriente, era un rugido que se torno ensordecedor, como muchas voces gritando juntas.
Abrió los ojos y notó que el agua estaba turbia, tanto que no pudo verla a ella, solo sentía su mano, trato de vislumbrar algo,pudo ver un par de ojos amarillos resplandecientes, como un gato en la oscuridad, unas manos huesudas le tocaron el rostro.Gritó y trato de salir, pero ella lo hundía con mas fuerza, tragaba demasiada agua pensó que moriría….
Despertó al lado de la orilla, ella estaba sentada a su lado, se sentía cansado…
Musitó en voz baja:
-Cuando estuve en el agua ví algo, ¿Qué era eso?...¿Un demonio?
-No era un demonio, solo te mostré en lo que tu energía alma, como lo quieras llamar, se ha convertido a través de los años por medio de tus actos, lo que viste es lo que eres por dentro.
-Déjenme en paz gritó.
-¿Y estos gritos desgarradores en mi cabeza? si solo era mi yo interno ¿Porque tantas voces?.
-Esas voces -dijo ella-son los lamentos de tus victimas.
-Quítamelas, te doy lo que quieras, todo lo que poseo.
-No puedo hacer eso, están arraigadas a ti, y no te dejarán tranquilo en vida hasta que les entregues lo que quieren.
-¿Que? Dijo el, lo que sea yo lo entrego,pero que me dejen en paz.
Ella sacó de su cinto una navaja
-Quieren tu vida a cambio….
-Nunca!! dijo el, pero los gritos en su cabeza retumbaron con más fuerza, ella le dijo algo pero el ya no la escuchaba, le arrebató la navaja y se abrió la garganta
Lo arrastró por las piedras y se hundió con el cuerpo inerte en el río, escuchó las voces que estaban apacibles y dóciles, en el murmulloo de las corrientes lo oyó a el,lloraba, gritaba y se lamentaba. Soltó su cuerpo, el cual se llevo lentamente la corriente.
Salió lentamente del río, recogió su navaja, le limpio la sangre con su falda, y la puso nuevamente en su cinto…
-Era tu alma lo que queríamos…
Se introdujó en la espesa árboleda, caminaba sin dejar huella.