Cuento corregido por Carlos Castillo
Ser blanco en aquella tierra era ventajoso.
A mis 24 años decidí hacerme reportero grafico para mostrarle al mundo las injusticias que a diario sucedían. Poco a poco fui cultivando mi amor por la fotografía, siempre supe que una imagen expresa más que mil palabras.
Conocí personas, excesos, pasiones, pero los que siempre estaban conmigo y no eran de esas sombras vagas que pasan por la vida fueron Ken, Grez y Joao, también fotógrafos de profesión. A los cuatro nos encantaba estar juntos, prácticamente éramos inseparables tanto que nos llamaban el Bang Bang Club, nos fascinaba nuestro trabajo, éramos adictos a él, más que al alcohol y a las tantas drogas que consumíamos.
Al saber de cualquier matanza que hubiera ocurrido en cualquier punto del país, salíamos ansiosos a recoger nuestras cámaras, subirnos al primer avión y tomar nuestro mejor ángulo de aquellos cuerpos destrozados.
Luego, entre cervezas y cigarrillos, exponíamos nuestras fotos, para ver cuál era la más trágica, esa que podía hacer helar la sangre de solo verla, sentirse enfermo y nauseabundo, por la que los periódicos pagarían bien. En este punto de mi vida yo ya había perdido el deseo de sensibilizar, yo mismo me hice insensible, desarrollé un corazón gélido y una mirada fría.
De una fotografía sólo me interesaba la luz, el formato, el fondo pero nunca el sujeto que estaba tras el lente. Solo buscaba una foto perfecta que me diera el reconocimiento mundial.
A principio de los 90 nos vino trabajo a granel, fue la época en que el país se sumió completamente en la anarquía y los genocidios estaban a la orden del día. Nos preparábamos como quien va a trabajar a la oficina, esto se volvió una rutina, y poco a poco me cansé de ver siempre lo mismo en Katlehon por lo que decidí irme un tiempo de vacaciones a Sudán No fue sino llegar cuando la vi.…
Ahí estaba ella, tan pequeña e indefensa. No tendría más de cinco o seis años. Y se notaba que venía arrastrándose por la arena caliente desde hacía rato. Estaba totalmente famélica, la piel pegada a las costillas, aunque ese estado de desnutrición allá no es raro; venía en cuclillas y con la nariz pegada al piso, aspirando la arena como un drogadicto aspira polvo de ángel. La cabeza se veía demasiado grande en ese cuerpo tan diminuto y huesudo; cada movimiento le demandaba un esfuerzo exagerado, pero en sí ella no fue lo que me llamó la atención sino su compañero.
Atrás, a una pequeña distancia, como un guardaespalda, vestido de negro y con los ojos siempre puestos en ella camina un buitre. El sabía que le faltaba poco para que la niña muriera ahí, podía sentir el olor, ambos podíamos, pero él no tenía prisa .Cada centímetro que ella se arrastraba, el daba un pequeño saltito; el corazón me saltó del pecho, saqué la cámara y sentí que era la imagen que había estado esperado durante toda la vida.
Tome una y otra foto, de un ángulo, de otro, pero el calor empezó a agobiarme. Tenía hambre y sed, pero esperé. Quería que el buitre hiciera algo increíble, que se le acercara y posara sus alas encima, algo así como un abrazo de la muerte o que la empezara a picotear; pero yo sabía que ellos nunca lo hacen hasta que la presa esta muerta. La niña ya lo había visto pero no tenía fuerzas para espantarlo y él no tenía intenciones de irse. Ni siquiera mi presencia lo importunó.
Esperé, no pasó nada, la niña se quedó quieta pero los minutos no, la sed se hizo más violenta, estaba sudando y harto de esa monotonía, me aleje de ahí, ya no había nada más para ver.
Días después revelé los rollos, la foto de la niña y el buitre se publicó casi de inmediato, gané prestigio en el medio. En el año de 1994 me llamaron para decirme que por este trabajo me había ganado lo que tanto deseaba: el premio Pulitzer.
Después de esto mi fama como fotógrafo fue tan grande como baja mi reputación de hombre. Todas las personas, tanto allegadas como extrañas, me empezaron a preguntar lo mismo: el paradero de aquella niña, que si yo la había salvado, que a donde la había llevado, pero cuando les dije que yo la dejé a merced de su suerte todos me recriminaron. Mi familia, especialmente, empezó hacerme a un lado. El único que me apoyó en todo esto y que entendía que poco a poco uno se insensibiliza en esta profesión hasta prácticamente quedar anestesiado era mi buen amigo Kent. De mis otros dos amigos no volví a saber.
Hoy amigo, ni siquiera tú puedes consolarme. Esos malditos en Tokoza te acribillaron a balazos, ahora si estoy realmente solo; para qué el dinero y la fama si nadie puede estar a mi lado sin perforarme el alma con una mirada de desaprobación, soy una escoria.
No puedo dormir, me paso las noches en vela, tomo y me drogo más que nunca, la culpa me carcome el cerebro, no me deja pensar, ni respirar. He dejado de tomar fotos ya no me interesan, no he vuelto a asistir a ningún evento, no contesto las llamadas y no respondo los correos ni las cartas.
En las noches siempre tengo el mismo sueño, una y otra vez, en el cual me veo a mi mismo desnudo y arrastrándome por la arena del desierto. Siento que el alma se me está escapando del cuerpo, me siento débil, agotado, no puedo ni siquiera llorar, tengo calor, hambre, sed, siento los miembros pesados.
Y es entonces cuando lo veo, veo aquel maldito buitre acercándose con esos pequeños saltos. Es de una contextura desproporcionada, como dos veces yo, lo siento acercarse más y más, abre sus alas, siento sus plumas suaves acariciándome el rostro. Levanto, con mi ultimo esfuerzo la cabeza, él maldito con un movimiento ágil y rápido me saca los ojos, y empieza a picotearme y a destrozarme, es el peor dolor que he sentido. Me levanto gritando, llorando y tocándome el rostro que empapado de sudor pienso que es la sangre que brota de mis cuencas vacías.
Ya no puedo continuar así, es por eso que hoy he cogido el coche y me he parqueado en la ladera de este río, el lugar más querido en mi infancia, me encantaba jugar aquí, era la época en que yo era inocente de todo. He metido una punta de la manguera de caucho en el exhosto y la otra por el baúl, las ventanillas están cerradas, el reproductor toca mis canciones favoritas las que me recuerdan al Bang Bang Club.
Aspiro lenta pero profundamente el gas, me siento somnoliento, ya no puedo abrir los ojos, el cuerpo me pesa. Te veo Kent, me tomas de la mano, sonrío porque estamos juntos nuevamente, esta vez tú llevas un rifle para matar al maldito buitre y yo una manta para recoger a la niña y llevarla con nosotros……
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